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                Es de admirar el cariño, casi veneración, que nuestros abuelos sentían por las viñas y que nos han transmitido a las nuevas generaciones. El día de Noche Buena, mis abuelos decían que, a las doce, las viñas se quedaban preñadas y se rogaba a Dios para que no se helaran y dieran buen fruto.

           Cuando se metían en aceite los chorizos y los lomos del cerdo, comentaban: "Éstos, para cuando vayamos a cavar la viñas". Todas las labores relacionadas con el cultivo de la vid y del mosto tenían y tienen un poso de fiesta, algo especial que hace y que el trabajo y los sudores no se tomen en cuenta.

           Una buena poda es fundamental para obtener una buena cosecha. ¡ Qué mimo pone el labrador al cortar los palos! ¡Con qué cuidado sarmientan las mujeres y colocan los sarmientos punta con punta y hacen hermosas gavillas para asar chuletas de cordero en los días de fiesta! ¡ Qué grande es la satisfacción que les invade al terminar la tarea y contemplar su perfecta obra de arte! Ser un buen podador es un don que enorgullece .

           ¿Qué decir de la ardua faena de aporcar y reporcar las viñas hecha a golpe de azadón, hoy ya mecanizada? Esto se hacía para retirar la tierra de las cepas para que se airearan y se solearan (aporcar). (Reporcar) era lo contrario, recoger la tierra junto a la cepa para que no le hiciera daño el frío.

           Había gente que se vanagloriaba de ser el que más y mejor cavaba las viñas. A alguien le costó el apodo de "Cava alanzadas".

           El Jefe de la Hermandad, al llegar la época de pintar las uvas, contrataba a dos viñaderos, que, con el guarda del campo, vigilaban los viñedos. Nadie podía entrar en las viñas sin permiso del Jefe de la Hermandad. Si alguien se propasaba y cogía racimos era multado, salvo que fuera transeúnte, tuviera sed y cogiera un solo racimo. Si un perro entraba en un viñedo era severamente multado el dueño.

           Unos días antes de la vendimia, el alguacil pregonaba, a son de tamboril, el bando de Jefe de la hermandad, que permitía el acceso a las viñas, previo toque de campana. Ese día iba toda la familia a ver sus viñedos y trían una cesta de racimos a casa. Ya no se podía ir más a las viñas, hasta el día de la vendimia.

           La vendimia se decretaba en una especie de concejo. El Jefe de la Hermandad reunía a todos los labradores y elegían los tres días para realizarla . Estos días tenían un carácter semi festivo. Los colegios se cerraban y los niños y niñas iban contentos con sus familias a vendimiar, metidos en un cesto bien arropados.

           Con la antelación necesaria se ponían en remojo los cestos de mimbres, se reparaban los deteriorados y se hacían nuevos. El arte de hacer cestos lo dominaban los gitanos y algún vecino del pueblo Se preparaban los canastos, tijeras y garillos para cortar los racimos y se contraba el arromanador. Se llamaba arromanador, porque los cestos de uva se pesaban con una romana.

           El arromanador tenía que ser una persona a la que se la considerase honrada y "entendida en números".

           Llegado el día de la vendimia, todos esperaban en la plaza. Nadie podía pasar el puente hasta el toque de campana. Al oír la primer campanada algunos salían al galope, en una improvisada carrera de carros. En los majuelos, el ambiente era festivo. Una de las bromas que se gastaban era dar el lagarejo. Consistía en restregar, por parte de los mozos, unas uvas en la cara de las mozas, siempre dentro de cauces cariñosos. Llenos los cestos se transportaban a lagar, donde eran pesados y tarados por el arromanador. Allí se depositaba la uva, en espera de ser convertida en mosto.

           Una gran destreza se requería para mover los cestos llenos de uva, por eso siempre había quien intentaba, incluso pisando el fruto en el cesto, conseguir el de más peso de todos los lagares.

           Finalizada la vendimia, se establecía un día para la rebusca, que empezaba también con el toque de campana. La rebusca tenía por objeto recoger lo que se quedaba olvidado. Cualquiera podía entrar en cualquier viñedo, aunque no fuera su dueño. Terminada la rebusca, ya podían entrar en las viñas las ovejas.

           Los lagares eran propiedades de los aparceros. Cada aparcero tenía sus acciones, llamadas carros. Cada carro equivalía a 24 cántaras. El arromanador, una vez terminada la entrada de uva, entregaba el cuaderno con las cántaras de mosto que correspondía a cada aparcero al amo del lagar, (el aparcero que mas kilos de uva había recolectado), el cual establecía el turno de repartos. Veintitrés kilos de uva correspondía a una cántara (16 litros de mosto). Al arromanador le pagaban los aparceros en proporción a la uva pesada a cada uno. Ser el amo era también un motivo de orgullo.

           La uva la pisaban los aparceros y a medida que iban repartiendo el mosto, quitaban uva de los laterales de la pila y lo echaban encima, procurando que el pie fuera más ancho que la parte superior. Se ponían tablones y maderos escuadrados, llamados marranos y dando vueltas al husillo , el pilón hacía fuerza sobre la viga, ésta, sobre los tablones y maderos y así se prensaba la uva. Cuando el pilón tocaba el suelo, se hacía un castillo más alto para seguir prensando. Al final se cortaba el pie y se terminaba de prensar. La mesa se vendía para hacer aguardiente.

           El reparto del mosto se hacía en varias tandas o reos. El primer reparto era el más claro, de él se solía llenar unas cubetas de cuatro cántaras, para que fermentara pronto y estuviera listo en Noche Buena.

           El segundo reparto era de color ojo de gallo; el tercero era tinto y el último reparto era el más tinto y el de peor calidad.

           El mosto se sacaba de la pila y se echaba en el pozal, con una mediacántara y un embudo se echaba en las pellejas, odres hechos de piel de cabra, que tenían un capacidad de dos a tres cántaras. Era todo un espectáculo ver cargar las pellejas sobre las espaldas de los aparceros, agarrar la boca retorcida del odre y meter la cabeza en el arco formado por la unión de dos patas de la pelleja con una cuerda, haciendo de almohadilla la boina.

           Así ataviados, llevaban el mosto a las bodegas, limpias y con buenas zarceras para que saliera el tufo. Al volver al lagar, los mozos estaban pendientes de ver a una moza para darle el lagarejo con la boca de la pelleja. Los niños acudían al lagar para que le mojaran en mosto y coscorro de pan.

           A este periodo de fabricación del mosto se le denominaba mosterías. Días de trabajo y alegría, como lo demuestran las meriendas que hacían cada día los aparceros en el lagar.

           Hoy, el proceso de elaboración del mosto y del vino ha cambiado. Los métodos empleados están perfectamente explicados en esta página web, en el apartado del vino.

Delfín Cerezo

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